TIERRA DE HUERFANOS
(Crónica)
Relata la tradición oral, que los primitivos pobladores de Huachumay habitaron al sur del actual poblado, en el lugar denominado Lluntoj; en un relativo atraso y rústicas viviendas.
De paso a Chachapoyas, el Inca Túpac Yupanqui conquistó a los huacrachucos, entre ellos se encontraba Lluntoj. Cumplida su política de expansión, el Inca ordenó a sus técnicos e ingenieros que enseñaran a construir mejores viviendas, canales subterráneos de regadío y a mejorar la agricultura.
Con el mal llamado “Encuentro de Dos Mundos”, los españoles no sólo destruyeron el fabuloso Imperio de los Incas, sino también las tierras de esta parte del planeta. Lluntoj y Quirín fueron apropiados por el encomendero Diego de Gamarra allá por los años 1705. Quién obligó a los naturales a abrazar la religión católica, para tal fin mandó construir el primer templo en Quirín. Fue su primer sacerdote el cura Zegarra Osorio.
En esta Iglesia se rendía devoción a la virgen del Rosario y a la imagen de San Andrés.
Osorio era un curita que tenía el don de milagros, en consecuencia los milagros se multiplicaron. Con el tiempo, curita e Iglesia adquirieron gran fama, por esta razón, la gente desde Huacrachuco acostumbraba traer a sus seres queridos para enterrarlos en Quirín.
En las faldas del Marañón, la prosperidad y la tranquilidad aumentaron en las manos de los nuevos dueños blancos.
Los hombres que no pagaban los impuestos eran obligados para traer sal desde la mina de Cachiyaco.
Cierta vez, el grupo de buscadores de sal encontró a unos chunchos bañándose en el río Cachiyaco (río de agua salada) quienes al ver a los forasteros huyeron despavoridos en diversas direcciones; sin embargo, el más distraído fue capturado. Lo condujeron hasta Quirín, en medio de una gran medida de seguridad, atado las manos con resistentes sogas de cerda.
El reo permaneció cinco meses, pero un día logró escapar rumbo a la selva, tras burlar a sus captores. Una vez en su tierra, contó a su tribu de la vida, riquezas y costumbres de la gente de Quirin y Lluntoj.
Animados por estos relatos, los guerreros chunchos decidieron satisfacer su sed de conquista, para ello se proveyeron de flechas, sustancias venenosas, serpientes y de alimentos que tenían la propiedad de conservarse durante muchas semanas.
Conducidos por el fugitivo, los cientos de guerreros nativos, llegaron hasta Jaillej donde afilaron sus flechas de chonta, desde allí se lanzaron al ataque de Lluntoj. Destruyeron por completo: casas, vienes y todo signo de vida.
Después de esta brutal masacre, embriagados por el espíritu de la victoria, los invasores se dirigieron al cálido valle de Quirín para dar rienda suelta a sus instintos salvajes de conquista. Los chunchos tenían tres ventajas importantes: la mayoría numérica, la experiencia guerrera y el ataque sorpresivo. Los naturales no recibieron información de la presencia de chunchos enemigos, por ello no presentaron estrategias de emergencia defensiva.
Los invasores atacaron por los diferentes frentes, llevaban un arma muy poderosa: la flecha; en cambio los naturales sólo poseían improvisadas hondas, palos y piedras. Obviamente, la lucha fue muy desigual, ellos atinaban únicamente a defenderse. Las valientes mujeres pusieron su parte en esta urgente defensa: regaban por los pasos, a fin de dificultar el avance, grandes cantidades de resbaladizos cereales, siendo arrastrados, muchos chunchos rodaban por el suelo.
La única arma poderosa que poseían los quirinenses era un viejo arcabuz, que trajo varias bajas en las filas del ejército chuncho.
El ruido de la extraña explosión duró poco, el cura que lo manejaba cayó mortalmente herido por la espalda. El fatal desenlace del siervo de Dios atemorizó aún más la resistencia; desde ese momento la población únicamente buscó refugio en el templo. Esta actitud favoreció al enemigo para replantear su estrategia de ataque final.
La densa humareda se elevaba en espiral queriendo tocar el cielo. Los gritos de auxilio pronto fueron ahogados, los malvados chunchos habían prendido fuego al templo romano, bajo sus cenizas quedarían los testimonios del cura santo y de la afamada Iglesia.
Los informes orales dan cuenta que aquel día la mano de Dios fue piadosa con los pastores, entre ellos la mayoría niños, que pastaban su rebaño en la fértil llanura del actual Huachumay, entre otros lugares cercanos, que impotentes observaban la escena canibalesca.
En estas tierras, numerosos niños quedaron en la orfandad, llamándoseles “Huacchas”, que en castellano quiere decir huérfano de padre y madre. De este vocablo quechua “Huaccha” se desprende el nombre de Huachumay, para hacer alusión al actual poblado que lleva este nombre.
Los ancianos, sostienen que muchos de los sobrevivientes se trasladaron a vivir en el actual anexo de Yamos.
Datos: Gentileza del Prof. Delker Ponte Cervantes.
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