LA CHICA OCIOSA Y EL CONDOR
(Cuento)
Antiguamente había en el anexo de Huaychao una chica ociosa, como los hay hasta ahora: ociosas y ociosos. Esta tenía por misión de ir al lugar denominado Yanamarca para ver las vacas de sus padres, dos veces por semana. Por su ociosidad, frecuentemente solía engañar, asegurándoles que había ido hasta el mismo lugar. Continuamente se quedaba a medio camino durmiendo, otras veces jugando.
Una mañana de sol radiante, ella nuevamente encaminó sus pasos a la estancia con mucha pereza. Fue cuando vio a un cóndor volar muy bajo. Ella, queriendo acortar el camino le dijo: ¡Tiyuy cóndor llévame hasta mi vaquería! Obediente el grandulón bajó a tierra y muy generoso invitó a la dama a subir en su fina espalda. Estando en el aire, se dio cuenta que la chica era de hermoso parecer, ¡Nunca había tenido una novia así! Seguro de haber encontrado el amor de sus sueños, la llevó a su residencia: una cueva espaciosa en medio de un inmenso peñasco. A los llantos de la mujer, él respondió con promesas de toda índole, no la hizo faltar nada: tenía ropa fina, pan, queso, carne, arroz, gaseosas, dulces, etc.
Al cabo de un tiempo, la mujer tuvo un hermoso bebé, de la cintura hacia arriba era humano y de la cintura hacia abajo era cóndor.
Al fin, la chica cansada de vivir con un ave carroñera, planeó huir.
Una tarde cuando el cóndor regresó muy fatigado de sus correrías, ella le dijo que tenía que lavar la ropa del bebé. El cóndor como solía hacerlo, ató un extremo de la soga a la cintura de la chica, y el otro a sus pies, a fin de poder bajarla y controlar sus movimientos.
En la fuente cristalina de agua, se la acercó su amigo el sapo que sabía de los sufrimientos de la mujer.
A la decisión de su amiga, el batracio de rostro sonriente ayudó a efectuar la huida. Desatando a la chica, permaneció amarrado el cuerpo, mientras ella dejaba a sus espaldas aquellos momentos de sufrimiento.
Cada vez que el cóndor se despertaba asustado jalaba la soga, el sapo respondía con otros jalones, situación que hacía creer al carroñero de la presencia de su amada en el otro extremo de la soga. Este acto se repitió varias veces.
Al fin, pensando que la tarea había sido cumplida, el cóndor comenzó a jalar la soga hasta tener muy cerca la punta, grande fue su sorpresa al no tener a la dueña de su corazón, ¡A cambio tenía un feo sapo! Enojado, tiró al batracio por el aire hasta estrellarlo contra las piedras del río Marañón.
El rey de los andes, haciendo ademanes religiosos, salió de su morada en persecución de su amada; voló con gran rapidez, como nunca antes lo había hecho. La buscó entre los cactus, quebradas y cuevas; sus ojos en llanto parecían verla en cada sombra; sus desfallecientes alas querían abrazarla nuevamente; ¡Su corazón sangraba de dolor!
Entre tanto, ante el asombro de sus padres la chicha llegaba nuevamente, trayendo un bebé a cuestas, para esconder en la choza su cuerpo y la del niño.
¡Voló y voló por punas y poblados sin poderla encontrar! De sus ojos se veían caer copiosas gotas de sangre.
La busco todos los días durante un año, luego iba disminuyendo poco a poco, al parecer, ahora viene una vez al año.
Algunas personas de Huaychao, en la actualidad, al ver pasar un cóndor creen estar viendo al que está buscando a su amada.
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