Conociendo la Tierra Brava de los Huacrachucos
   
 
  EL CAZADOR DE TARANTA
EL CAZADOR DE TARANTA
(Tradición)
 
Había una vez, un vaquero de Taranta que heredó de sus antepasados la habilidad de un magnífico cazador de venados. Su fino paladar y la de su familia exigían en su dieta diaria la excelente carne de este herbívoro salvaje. Tal fue su dedicación que su caminar cotidiano simulaba perfectamente a la de un viejo cazador felino. Donde ponía la pupila incrustaba la bala, no había venado con ocasión de salir con vida. Su vieja retrocarga de chimenea siempre le era fiel y obediente, nunca dejaba de funcionar el musculoso percutor.
Cuentan, que este legendario cazador disparaba con la misma precisión de pie, corriendo y de media vuelta. Por su habilidad, no dejaba de arrancar un gran asombro en sus colegas andinos: el zorro, el águila, el cóndor y el puma.
Ayudado por el olfato de su nariz aguileña, su poncho shogo (plomiso), su ayuda visión y su perfecto conocimiento del veloz animal, nunca le permitían volver sin su presa favorita.
Se sumaban al equipo de caza, su perro “comotú”, la piksha de coca, su fiambre y el chincho para protegerse de los enojadizos cerros. El cazador, seguramente muchas veces, “chacchaba” la coca con los cerros frente a frente, porque éstos recibían la hoja sagrada a cambio de un venado; los “chachas” también reclamaban su parte para no espantar a estos animales. 
Una noche de esos, cuando la densa neblina y su pesada carga no le dejaron avanzar, se quedó a dormir en una cueva de las faldas del Acotambo.
A media noche escuchó al cerro Yanajanca que le decía al Tintero:
- ¡Jooooo! ¡Runtunta yatasqui!
-   ¡No se puede! ¡Garhua tucto ta micushgaaa!, contesta Tintero, diciendo: no se puede presionar sus testículos porque ha comido chincho.
El cazador se aferró más a su hierba por haberle salvado la vida.
No obstante el susto, el vaquero seguía con la práctica de tirador, que era la gran pasión de su vida. Para su corazón, dejar de cazar equivalía a estar en el mundo de los muertos.
Cierto día, abrazando a sus pequeños y a su esposa Jashi, se despidió para ir nuevamente a la cordillera en busca de otro venado.
En las paradisiacas alturas del Acotambo, el clima se tornó lluvioso: copiosas gotas de agua caían sobre el valiente depredador humano. Bajo la protección de una cueva, él rumiaba la coca para saber si se hallaba cerca el codiciado animal. La hoja verde le tenía un mal sabor y anunciaba a un individuo amortajado.
Al despejarse el ambiente, salió nuevamente para dar cumplimiento a su fama. Pronto vio a un ¡machazo!, era un venado muy grande de cuernos enrojecidos. Con prontitud disparó y su perseguido cayó al suelo. El se acercó muy satisfecho, pero el venado se levantó y moribundo corrió un poco más abajo para echarse nuevamente. Esta operación se repitió varias veces. En la última ocasión, el venado una vez más se levantó y corrió cerca a la orilla de un gran abismo que daba a Mantacocha, estiró las patas dando apariencia de haber muerto esta vez. El cazador, seguro de la muerte de su víctima, pasó una pierna encima del mamífero, agachándose estiró el brazo con el cuchillo en la mano... cuando el animal lanzó una fuerte patada, el hombre rodó por el abismo.
Asustado, “comotú” regresó a casa para dar aviso a los familiares. Esta vez no había alegría, sino preocupación y tristeza. Organizados fueron en busca del tirador, tras las huellas de su fiel amigo.
El perro llegando al lugar lanzaba ladridos escalofriantes, mirando hacia abajo, parecía decir ahí está. ¡Sus ojos reflejaban tristeza y fidelidad!
 
En medio de la incógnita, los buscadores escucharon una voz que los llamaba desde una cueva, a media bajada, vieron al hombre de la cintura hacia arriba que les hacía señas con el brazo diciendo “vengan”.
En medio de gran dolor y reverencia, sepultaron al famoso cazador, cerca de su choza y de sus ancestros.
Pronto murió también “comotú”: de pena y por falta de carne de venado.

Conociendo más el Perú: Huacrachuco
 
Marañón es una bella provincia, de posibilidades y sueños crecidos; de gente hospitalaria, laboriosa y muy amante de las cosas de Dios. Su hábitat conforma espacios vitales poco explorados e investigados con seriedad y profesionalismo.
 
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