EL VIEJO Y EL DIFUNTO
(Cuento)
Cierta vez, un hombre muy valiente regresaba de Uchiza y se quedó a pasar la noche en el lugar llamado Garhuacruz. Al frente de este posadero se hallaba una cruz grande, que hasta la actualidad subsiste.
Cuando el anciano fue a cocinar, la candela no quería arder, entonces él pensó que algo le pasaría, o tal vez el pishtaco estaba cerca o alguna desgracia rondaba. Insinuado por esta preocupación se puso a chacchar (masticar coca) en el afán de entender lo que podría ocurrir, pero, ¡hasta la coca le sabía mal!
Avanzada la noche, la luna comenzó a brindar su tenue luz, él sentado sobre su poncho habano y con la precaución de un curtido viajero, esperaba atento cualquier suceso.
En la distancia sus ojos identificaron a un bulto que se dirigía hacia él, por un momento pensó que era el odiado pishtaco. El anciano valiente que no le temía a nada, preparó su lloque (bastón) deslizando sus rudos dedos sobre la madera como dándole un masaje para animarlo a causar mucho dolor en su oponente. El extraño visitante se dirige hacia la cruz, mira en diversas direcciones y con la seguridad de que nadie lo observa preparó la toclla (lazo) con una cadena de plata; tras adecuar la trampa el desconocido se retira regalando al espacio una sonrisa infernal.
Al poco rato se presenta un personaje de vestimenta blanca llamado el “difunto”, llega haciendo reverencia y se arrodilla frente a la cruz, para pesar del adorador nocturno la cadena de plata cae y lo atrapa de la cintura. El difunto comienza a dar gritos desesperados e inmediatamente se presentó el diablo para llevárselo. El “viejo”, conmovido por el llanto de la almita grita pronunciando “ajos y cebollas” ¿qué pasa. . . ?, el diablo cobarde huye de tan valiente anciano sin más esperar. Conseguida su libertad, el difunto agradecido viene hacia el “viejo”, arrastrando la cadena de plata y le dice:
Gracias amiguito por haberme salvado del diablo.
¡Claro! ¿porqué no?, que venga ahorita el cuchi ismay (estiércol de cerdo) para acabarlo a llocazos – dice el anciano valiente - dejando escapar de sus labios saliva teñida por la coca.
Después de intercambiar algunas palabras amicales, anciano y difunto se ponen de acuerdo para venir juntos hasta el lugar llamado Granadilla. El anciano venía adelante seguido por el difunto, ambos conversaban amenamente temas del pasado y de actualidad. Por cierto, venían descansando en varios parajes, olvidando que eran muerto para el uno y vivo para el otro; por momentos reían a carcajadas y se daban palmadas en la espalda cuando alguno hacía una buena burla. Difunto y anciano eran muy amantes de los chistes y las bromas.
El viaje se tornaba inolvidable, el viejo seguramente no hubiera querido que esta experiencia agradable llegara a su fin.
Pasando Matamonte, el difunto le dice: pégate a un lado, el anciano obediente sube del camino sin comprender lo que ocurría. Mientras tanto el personaje de la sábana blanca se adelantó y se ocultó sobre el camino, ¡cuando de pronto hace su aparición el pishtaco asesino!; su freno de plata emitía sonidos: shinllín, shinllín, shinllín...
El difunto salta con la rapidez de un rayo, tapando la cabeza al mulo: animal y pishtaco fueron rodando hasta el río.
Regresa hasta el anciano y le dice: tú me libraste del diablo, ahora yo te he salvado del pishtaco, estamos iguales, ya te pagué, de aquí yo me adelanto porque ya llega la hora que debo presentarme. Los dos amigos se separaron con un apretón de manos.
El anciano sigue su camino y llega a su casa al anochecer, enterándose de que su sobrino se estaba velando.
El viejo pensativo dice: ¿sería el alma de mi sobrino el compañero de mi viaje?
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