LA PELEA DEL TIGRE
Y EL OSO
(Tradición)
Antiguamente la gente solía viajar con mucha frecuencia a la selva de Uchiza, procedentes de Marañón y otros pueblos de Ancash, con la finalidad de traer la coca para el consumo familiar y el comercio.
Cierta vez, regresaban de Uchiza cuatro ancashinos que durante un tiempo trabajaron como obreros. Ellos tenían por costumbre abandonar al compañero que se cansaba.
En esta ocasión, el que se había fatigado quedó solo a pasar la noche en el lugar llamado Tronco. Como este posadero tenía la fama de ser visitado por un tigre nocturno, él, después de comer su fiambre, preparó una gran fogata y subió a la punta de un tronco a dormir.
¡Cuando de pronto!, en la oscuridad vio acercarse a un oso con pasos lentos y olfateando en diversas direcciones que llega al fuego a calentarse. Transcurrió un buen tiempo en que éste extraño visitante se deleitaba ante tan feliz experiencia.
Repentinamente, en el silencio de la noche, el tímido solitario escuchó a sus espaldas un ruido escalofriante. Era el tigre que se acercaba con su caminar pausado y ceremonioso, provocando algunos quejidos leves en la espesa vegetación. Seguro de tener enfrente de él una víctima más, se lanzó a las espaldas del negro visitante con la rapidez de un rayo. Para su asombro, era un musculoso rival, que de no ser por su fama de gran luchador, hubiera huido con la misma velocidad. Se trabó un duro combate durante la noche, al parecer nuestro observador, expectaba en el ring improvisado, la contienda de un moreno cachascanista ver sus karateka de piel clara.
El tigre, con ágiles zarpazos hacía gritar al oso arrancándole unas cuatro vocales ¡A i a u! Por su parte, el oso con llaves y golpes de esquina provocaba en su contendor un fuerte ¡M i a u!
Caídas, mordiscos, saltos, golpes, llaves y gritos fueron el común denominador de la noche en la jungla salvaje.
Por instantes, los dos rivales frente a frente, jadeantes esperaban recuperar algunas energías, para reanudar la lucha en una contienda sin reglas.
Cerca al amanecer, el tigre cayó tendido al suelo con los intestinos tocando tierra. Por su lado, el oso también tenía la barriga cortada por el que salía sangre y un pedazo de intestino.
Al rayar el alba, el oso dejaba a su rival, sin vida. Se tapó la barriga con unas cuantas hojas y moribundo inició la retirada hacia algún lugar del húmedo bosque.
Entonces, animado por la tranquilidad, el tímido espectador bajó del tronco y cuando se disponía a reanudar el viaje, aparecieron sus compañeros que regresaban con ansias de repartirse el equipaje, pensando que habría muerto bajo las garras del tigre. Fue el momento para él, en que recobrando las fuerzas, censuró a sus amigos por la falta de solidaridad y se presentó como el vencedor de la pelea. Sus amigos, atónitos, miraban al felino, muerto y con múltiples cortes en el cuerpo.
Tras la disculpa de sus compañeros, los viajeros reanudaron la marcha, siendo cautivados a cada paso por los relatos del tímido observador.
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